El estallido social, cuya profundidad deja en evidencia ribetes claramente estructurales, ha sobrepasado y superado todas las predicciones y expectativas de los(as) tecnócratas, científicos y académicos. Incluso la clase política transversalmente ha quedado atónita y perpleja ante este levantamiento tan masivo y nacional que, desde el inicio, no solamente prescinde de los partidos, sino que los rechaza instalándolos como formando parte del problema.

El cántico de la calle dice que claramente es posible hacer política de otra forma, resistir de otra forma y organizarse de otra forma, es decir expandir la línea de lo posible.

La política de la Educación Popular no es la política de la gestión administrativa de los parlamentarios y partidos como representantes de la ciudadanía, sino aquel espacio creativo consciente en el que se congrega el colectivo para crear sociabilidad transformando la realidad que nos afecta. Es la configuración de una participación directa basada en los imperativos y decisiones autónomas y descansada en las propias capacidades y fuerzas. Es la política ligada a la vida en la comunidad que delibera, se fortalece y se reconoce en un gran nosotros o yo colectivo.

La potencia colectiva que tiene el aprendizaje como transformación y auto transformación en el ejercicio de la Educación Popular, es fundamental en estos momentos en que la sociedad se organiza en los territorios a lo largo del país en asambleas territoriales y marchas en las calles con una variada gama de modalidades creativas de protesta, resistencia y propuestas.

En efecto, el estallido es el estallido del anquilosamiento de la clase política y de todos los símbolos tradicionales de poder y de los que representan la gran orgía del consumo e intoxicación comunicacional en la normalidad patológica en que tenían sumido al pueblo.
Estallan y se rompen los conductos orgánicos de dominio de las credibilidades y enajenación como soporte de su poder y se demuestra la prescindibilidad y nocividad de muchos dispositivos de sometimiento.
Caen las estatuas, las vitrinas y cadenas monopólicas ante la posesión de lo público, de las plazas, las calles y las poblaciones.

Este neoliberalismo, único en el mundo, claramente agoniza y su fin se demuestra no solamente por sostenerse desesperadamente en la represión y control policial, sino también por el pánico e implosión que se está llevado a cabo al interior de la clase política.

Al hacerse públicos los abusos y burlas en toda su obscenidad, el umbral de tolerancia, dignidad y solidaridad se rompe y se transforma en gran energía popular de protesta para devenir en organización que va echando raíces en los territorios.

Una nueva ética se comienza a dibujar en los(as) jóvenes luchadores, no signada por categorías dicotómicas de antaño, sino por asumir la buena vida como un complemento armonioso y generoso que implica la relación entre las personas, lo natural, lo étnico, el feminismo y todas las manifestaciones propias que implica el poder vivir juntos sustentablemente y dignamente. En efecto es en “el aquí y el ahora” o “hic et nunc” como dicen las murallas, donde la política se alza, cual artista libre en su trama inspirativa, decide el tiempo y el lugar para dar el trazo que rasga el tejido neoliberal y conquista los haces de luces y atisbos de nuevos horizontes en la nueva trama popular.

¿Quién se iba a imaginar que este pueblo que emerge como engendro del monstruo neoliberal se iba a alzar de esta forma?

¿Quién se iba a imaginar a una clase política tranquila y segura en sus privilegios y corrupción entrar en pánico por un movimiento que no puede controlar y que deja en evidencia su prescindibilidad?

Es claro que la radicalidad de este “engendro alienígena” o movimiento social está relacionada con el nivel de destrucción e insostenibilidad de aspectos fundamentales de la vida que se venían acumulando y erosionando, donde la comunidad y sociabilidad, la subjetividad dignificante, la ciudadanía y el respeto e integración con lo natural, se ahogan en la encrucijada del riesgo y del peligro.

Por esto, es necesaria la elaboración de otra episteme y categorías que deben surgir no de las academias colonizadas por la modernidad y centros de especialistas, sino de ese aprendizaje colectivo de las múltiples asambleas y escuelas populares que se están desarrollando en la reconstrucción de una nueva normalidad, de una nueva palabra, cuya armónica forma estética la diseñan los propios actores diversos en el gran tejido de lo posible.

¿Quién se iba a imaginar que los nuevos símbolos y narrativas estarían ahora iluminando la nueva constelación con significantes indígenas, feministas, ecológicos, populares y diversas identidades emergentes, en remplazo de las tradicionales banderas añejas pertenecientes a otras orgánicas societales del poder estadocéntrico y patriarcal?

Una organización sin centros, dinámica, horizontal, flexible, inasible, múltiple y difusa donde la expresión y la participación de poner el cuerpo colectivo en primera línea, en segunda o en tercera línea, está permeando y superando los espacios del poder y la represión y está asentándose rizomáticamente en los territorios como una gran orquesta que se arma en sincronía.
¡Esto está prendiendo ciudadan@s!

Si la conquista asambleísta y territorial y su tremendo aprendizaje se profundizan y extienden en el tiempo, nacerá la nueva cultura y poder comunal. Entonces, otro gallo empezará a cantar la canción de la nueva legitimidad donde nadie enseña a nadie, nadie aprende solo, sino todos aprendemos y nos emancipamos juntos.